Para imponer medidas individuales de supuesta seguridad se alega muchas veces al Pacto Social. Un pacto social por el que los ciudadanos dejan su libertad personal en manos del Estado. Un pacto justo cuando el Estado regula para evitar los conflictos entre personas, pero cuestionable cuando lo que hace es meterse en la vida intima de los individuos. Quienes no cuestionan esta segunda acepción, arguyen a las cargas o gastos derivados de los que el Estado tendría que hacerse cargo. Ahora bien ¿Por qué hay cargas que son asumibles y otras obviamente menores no lo son? ¿Por qué el Estado y la sociedad están dispuestos a hacerse cargo de los gastos sanitarios de millares de muertos debido a la contaminación, de los hospitalizados por problemas de corazón y sedentarismo o de los accidentados en el tráfico y en cambio, son tan beligerantes con los 15 ciclistas urbanos anuales víctimas de un accidente mortal que no quieren llevar un casco y que en el 80% de los casos no les hubiera salvado la vida? Los gastos que ocasionan los ciclistas sin casco son insignificantes comparados con todo lo anterior. La sociedad acepta todas esas bajas producto de la contaminación, del sedentarismo y de la accidentabilidad ( algo que evita el uso masivo de la bici) y sin embargo se lleva las manos a la cabeza por los gastos que puedan ocasionar un grupo de ciclistas que no quieren llevar casco por obligación.
El casco salva vidas (si señores puede ser que en contados casos sí, pero la mía que es mía y no la de ustedes) pero la bici salva muchas más. Una ciudad con cuatro ciclistas con casco salva menos vidas que una ciudad llena de ciclistas sin casco. Y digo esto porque en los tres países dónde se hizo obligatorio el casco, el uso de la bici disminuyó hasta tal punto que en uno de ellos, Israel, se dio marcha atrás, pero paradójicamente no lo hizo el numero de muertos. En Holanda, donde solo el 1% de los ciclistas usa casco, hay una media de 185 muertos anuales lo que supone 1 muerto cada 632 millones de km anuales, un porcentaje bajísimo. Tal vez por ello, un 60% de los holandeses (prácticamente todos ellos ciclistas) en una encuesta del ministerio de transportes manifestó que si se obligaba dejarían la bici. Así pues, cuantos más ciclistas en las calles, más atentos están los conductores y menos muertos hay.
Muchos somos los que pensamos que la paranoia de la sobreprotección tiene límites. La muerte forma parte de la vida. Cierto es que hay medios para alargar la vida y evitar riesgos pero no caigamos en la paranoia. Andar en bici es casi tan arriesgado como andar. La directora de trafico se equivoca equiparándonos con ciclomotores y motocicletas. La masa y velocidad de las bicicletas no tienen nada que ver. De hecho, todos aquellos sin mucha experiencia conduciendo bicicletas por la ciudad buscan las aceras para circular, tanto por la inseguridad generada en la calzada como porque se sienten mas peatones que vehículos. Por suerte para las ciudades, en los países ciclistas no se circula por las aceras, pero si existe un espíritu convivencial en calles y áreas peatonales donde se puede compartir el espacio sin problemas.
En realidad, si nos atenemos a las cifras, hay más accidentes y fallecidos en accidentes de hogar o ahogados en piscinas y playas que entre los ciclistas ¿Deberíamos por ello ponernos casco para cambiar una bombilla del rellano de casa, para ducharnos, para bajar escaleras, etc.?
Desde que se se popularizó el modelo de transportes basado en el automóvil individual, la muerte vino asociada con él. Para paliar los efectos negativos de ese modelo tan arriesgado se inventaron las DGT’s . Se nos vende la libertad individual que nos da el coche, pero los atascos y un sin fin cada vez mayor de obligaciones nos la han ido quitando poco a poco. Ha sido tan brutal la injerencia del Estado para mantener ese modelo, que se ha permitido entrar en la vida íntima de todos. Te obligan a protegerte de ti mismo y de tus conciudadanos. Te dicen que lleves casco, cinturón, armadura… todo menos incidir de verdad en lo que produce la muerte: la velocidad y la masa de los vehículos motorizados. En vez de dar facilidades a la gente para que esos 2 o 5 Km. que suele hacer para ir al trabajo o donde sea, los haga en bici, andando, o en transporte público, se dedica a legislar para poner trabas a los ciclistas (la del casco es solo una de ellas pero la mas visible) o a mantener un transporte público de segunda.
La obligatoriedad del casco no es mas que el reconocimiento por parte de la directora de trafico, María Seguí, de que no puede protegernos. Como no puede impedir que nos atropellen, nos traspasa a nosotros la obligación individual de hacerlo (pero según sus datos tan solo un 20% de los accidentados murió por golpes en la cabeza y algunos llevaban casco). Como médico que es, debería saber que la medicina preventiva es mas importante que la que se dedica a paliar daños. Que es mas importante evitar los accidentes que evitar los daños de los accidentes, que es mas importante evitar la contaminación y las enfermedades asociadas al sedentarismo que tratarlas en los hospitales. Ante tanta hipocresía hace unos días pedimos asilo ciclista en embajadas y consulados de varios países de la unión europea donde lo normal es legislar para favorecer a la bici por todas esas ventajas que aporta a la sociedad y no al revés. ¿Será, una vez más y para mal, España diferente?
Antonio Llópez Moreno