El Gobierno de España acaba de tomar una decisión paradójica para un país en crisis: sube los precios de los trenes de cercanías y media distancia (y anuncia la supresión de líneas y servicios) mientras baja los de alta velocidad. En un intento de remediar la sangría que supone la explotación del Ave, se recurren a políticas que, como bien nos tiene acostumbrados en este último año el PP, consisten en privilegiar a los privilegiados (ahorrándoles dinero) y cargar el peso de la crisis en los más modestos. Es un nuevo caramelito con que «el Poder» quiere engañar a la empobrecida clase media de las grandes urbes para justificar sus erróneas decisiones y salvar el Ave, el tren de los ejecutivos, el que con su construcción se enriquece a las grandes constructoras con los impuestos de todos, a cambio de las migajas que supone la bajada de tarifas.
La competencia de la carretera (que se benefició durante los últimos 30 años de un impulso modernizador enorme) junto con una mala gestión, fueron las causas de una constante pérdida de viajeros del ferrocarril. Para intentar detener la espiral que parecía conducirlo a la desaparición, no se optó por mejorar LA RED PREEXISTENTE en ancho ibérico (adaptándola a velocidades entorno a los 200 km/h) sino por construir en paralelo UNA NUEVA RED en alta velocidad (entorno a los 300km/h) y ancho internacional, que es parte del origen de la enorme deuda pública de nuestro país. Deuda que se intenta atajar recortando en enseñanza y sanidad mientras la construcción de la red de alta velocidad ni se cuestiona a pesar de que a penas se utiliza. Con esa política no solo se ha conseguido endeudar al país, sino que como no se sostiene económicamente lo seguirá haciendo y acabará por apuntillar al ferrocarril convencional. Así pues, tenemos dos sistemas: uno que funciona mal por abandono y al que por ello se le niega la posibilidad de vertebrar bien el territorio, y otro que ha contribuido a arruinarnos por su elevado coste y que además no vertebra el territorio, pues une solo grandes ciudades.
Ante las declaraciones de la ministra de Fomento, y después de tanta propaganda malintencionada en el que durante estos últimos 20 años se propagaba como dogma de fe ciudadano las bondades del AVE, no podemos más que ver que el gobierno ha reconocido por fin, que el AVE está infrautilizado. Eso era algo que ya se había predicho por un gran número de expertos. La ministra lo achaca a su elevado precio (algo que es cierto, pero que por lo demás es intrínseco a este medio de transporte) y obliga a Renfe a bajar precios usando las técnicas de comercialización que utilizan las compañías aéreas, a la vez que suben las del ferrocarril convencional. Con ello, se está intentando justificar la injustificable inversión, pero no se va a evitar la sangría que va a suponer no ya la amortización de la infraestructura, sino el sobrecosto que supone el mantenimiento de una red de alta velocidad a 300 km/h respecto a una convencional. Pero además, esta medida forma parte de la estrategia para el desmantelamiento de lo poco que queda del ferrocarril convencional que le pueda restar viajeros:
En los corredores dónde la alta velocidad va paralela a la red convencional (el Madrid-Zaragoza es el más claro) ya se ha dado una reducción importante de los servicios de Media Distancia. Ahora, con la igualación de precios entre los trenes de Media Distancia y los del Ave, su eliminación definitiva está más que cantada. Eso significa que el medio rural quedará fuera del sistema ferroviario de transportes y que los que usamos la combinación bicicleta-tren para viajar, quedaremos definitivamente expulsados, a no ser que como en Francia, los trenes de alta velocidad admitan nuestros vehículos.
Hecho el desastre, sin embargo, hay una posible solución a esta DOBLE RED DISOCIADA. Una que no pasa por la eliminación de los servicios ferroviarios que presta la red convencional (media distancia y mercancías) y que además abarata los costes de explotación:
No habrá más remedio que renunciar, como lo han hecho la mayor parte de los países de la Europa civilizada, incluida Alemania, a la alta velocidad de los ricos (la de 300 km/h) para reconvertir esa NUEVA RED en esa RED CONVENCIONAL (esta vez en ancho internacional) que no se quiso “mejorar” y usarla para velocidades en las que puedan circular tanto trenes de gran velocidad (220 km/h), como de Media Distancia (160 km/h), como mercancías. Una red pues para todos, menos infrautilizada y más barata de mantener.
Antonio Llópez Moreno